Corrían los 2000s cuando compré mis primeras acciones. Mi primera aventura bursátil fue un experimento para encontrarle sentido a la carrera de economía, que había empezado hacía poco menos de un año.
Tras meses de memorizarme fórmulas matemáticas, teoremas de filósofos muertos y aburrirme por las técnicas de conreo de la clase de historia, quería un poco de acción. Por esta razón, me estrené en bolsa tras el batacazo de la burbuja de las “punto com”.
Mi primera inversión: MICROSOFT (MSFT)
Esta decisión requiere un poco de contexto; os lo dibujo con un pequeño flashback:
Al principio del milenio, Microsoft era lo más. Windows estaba clasificado como uno de los mejores sistemas operativos. Y Bill Gates, aunque a algunos nos cayera un poco mal, era el gurú de entonces.
La compañía había lanzado el Windows 95, como el primer sistema operativo con un entorno gráfico y compatible con la mayoría de ordenadores personales. Apple ya había hecho el mismo trabajo hacía tiempo. Pero su sistema era muy cerrado, pues estaba limitado a los ordenadores de su marca.
El público se volvió loco por la salida de Windows al mercado. Las colas frente las tiendas de tecnología se parecieron al de un día de rebajas. Después Microsoft lanzó el Windows 98, un producto descafeinado con pocos cambios. Y siguieron otras versiones: el Windows NT para redes locales, el Windows 2000…
A pesar que los lanzamientos de los nuevos productos inyectaron menos adrenalina que el Windows 95, Microsoft seguía siendo una de las mejores y mayores empresas tecnológicas del nuevo milenio. Y Bill Gates, además de ser su fundador, aún era el consejero delegado de la compañía.
Por otro lado, las tecnológicas que ahora están de moda, en los estrenados 2000 aún estaban en fase embrionaria. O su futuro pintaba negro. Apple por ejemplo, era una empresa que andaba de fracaso en fracaso, desde los ochenta. Amazon era una tienda virtual, dónde podías comprar sólo libros, y sólo en inglés. Y Google era un buscador alternativo a los portales de Internet, como Yahoo!, Altavista, Excite o Lycos.
Los cambios que vivimos en los 2000, me fascinaron. Aunque no todo el mundo tuviera Internet en casa, ya nos estábamos acostumbrando a conectarnos a la red (decíamos “voy a navegar”). Y también sustituimos la telefonía fija por el móvil. Eso sí, sólo enviábamos SMS y nos hacíamos “pérdidas”, porqué llamar con contratos de prepago era carísimo. Los smartphones con miles de datos al alcance de la mano quedaban a años luz.
A principios de milenio también hubo otro cambio sumamente importante: el cambio de la peseta al euro. Esta simple operación, nos dio muchos dolores de cabeza. Los bancos, los supermercados, las pequeñas tiendas… todos ellos tuvieron que lidiar con los cambios de los precios, poco después de haberse entregado con cuerpo y alma a superar el “efecto 2000”. Y, el resto, tuvimos que aprender a convertir el precio de un café con leche.
A esta época de cambios le acompañó una fuerte explosión bursátil. Que después se bautizó como burbuja tecnológica o de las “punto com”. Por estar relacionada con todos aquellos negocios que surgían de la idea que en Internet se podía ganar mucho dinero. Aunque, la mayoría de estas empresas, no contaban con un modelo de negocio, ni un flujo de ventas estable.
El pesimismo ganó a la confianza y las bolsas se hundieron. Y, aunque cotizadas como Cisco, Microsoft u Oracle, tenían un modelo sólido, también bajaron. La comunidad financiera las clasificó como empresas de la “euforia de Internet”, aunque siguieran vendiendo sistemas operativos, bases de datos o routers.
Por esta razón, pensé, era un buen momento para arriesgarse con una inversión.
Me harían millonario!
“No entiendo como nadie compra Microsoft, con lo buena que es”, reflexioné aquél verano, cuándo envié mi primera orden de compra. Esta decisión me cambiaría la vida: “Voy a hacerme millonario!”, pensé después.
Edwin Lefebre explica en “Memorias de un operador de bolsa” que la bolsa debería haber pagado muchos coches, viajes y abrigos de visón. En mi caso, Microsoft tenía que hacerme rico. Muy rico. Incluso millonario. Y, con parte de las ganancias, me compraría un BMW de 60.000 euros (azul, personalizado).
Qué poco tocaba de pies en el suelo! Allí estaba yo: con 300 euros y esperando sacar un coche como premio. O, lo que es lo mismo, esperaba una rentabilidad de más de 3.000% por comprar acciones de Microsoft.
Para ello, no necesitaba ser el más listo de la clase. Necesitaba un milagro.
Entonces me llegaron las bofetadas. De millonario, nada de nada. Primero, la cotización no subió. Qué raro… Después de comprar y nadie reaccionó a mi plan genial. Al menos la cotización se mantuvo, en lugar de bajar en picado. Segundo, las comisiones y el tipo de cambio euro/dólar se comieron mis ahorros. Vaya! Empecé a sospechar que aquí ganaría todo el mundo menos yo!
Lo que debía ser una especulación millonaria, con los meses se convirtió en una inversión. Y a muuuuuy largo plazo. La resaca de la burbuja tecnológica se me hizo terriblemente larga. Pasaron los meses, después los años. Y la “inversión de Microsoft” se quedó en una anécdota. En aquella cuenta de inversiones, que regularmente me pedía dinero porqué el saldo se quedaba en negativo.
Y, por su cuenta, Microsoft maduró. A mediados de los 2000s tenía muchos negocios y muchos frentes abiertos. La compañía se encontraba inmersa en litigios en casi todos los continentes. En cambio, Bill Gates empezaba a estar atareado con su labor filantrópica. Gastándose los millones que yo no tenía. Y empezó a hacer migas con un tal Warren Buffett…
Con el paso de los años, me acuerdo con frecuencia de “la inversión millonaria”. Con cariño, pero también como un peso que arrastro en cada decisión de compra. Me viene un breve “flash” que me advierte de como una gran idea puede convertirse en un estorbo, aburrido, en una cuenta de inversiones olvidada.
En cambio, por fortuna, no fue la última de mis apuestas. Como inversor aún me quedaba marcha para rato.
Te cuento un poco más el próximo jueves!