El dinero tampoco se va de vacaciones
Sea desde la playa o desde un refugio de montaña, hay que estar atento a lo que sucede en agosto
Todo el mundo está de vacaciones! Incluso un servidor. Probablemente ahora me esté tomando una foto con Goofy en Disneyland. Si la consigo, la cuelgo en el próximo artículo.
Ahora si que me voy de vacaciones en agosto. Pero antes, durante muchos años, fui el pringado a quién le tocaba estar en la oficina en pleno verano, mientras el resto de la plantilla estaba en la playa. Por ser soltero, sin familia, ni hijos, mi castigo era ponerme el traje y la corbata, e ir a currar al centro financiero de Barcelona, con 35 grados de temperatura, a la sombra.
De aquellos días aprendí algunas cositas. Mientras todo el mundo está fuera, en los mercados financieros sigue el espectáculo.
Una pequeña explosión, una gran catástrofe
En mis tiempos de oficinista en una gran entidad financiera, tomarse vacaciones en julio era un lujo. Podías volar a precios más baratos y ahorrarte encontrarte miles de españoles en todos los sitios. No es la mejor temporada del año, pero es increíble en comparación con irse el mes de agosto.
De todo ello, lo peor era la vuelta. La llegada al trabajo, tras tres semanas de desconexión, era un aterrizaje repentino. El primer buen día era un: “hombre qué buena cara haces”. Y, tras estos minutos de cortesía, te empezaban a llover todas las incidencias. Los nuevos “marrones” y, también, los que te estaban esperando desde el día que te fuiste.
Me parecía haber configurado a conciencia el “Out of the Office”. En este, en un tono más formal, les decía a mis interlocutores: “yo no estaré, pásale la pelota a otro”. Aún así, me caían todo los palos, a pesar de haber estado fuera:
Que sí la aplicación se debía revisar porqué alguien le había dado un meneo que no le tocaba.
¿Sabes aquellos archivos que se borraron sin querer, antes de marcharte? Pues nadie tuvo tiempo de crearlos de nuevo. A ver si te pones y lo solucionas hoy mismo.
Te ha estado llamando la de legal y no te ha encontrado (obviamente). A ver si le respondes de una vez.
Y así, sin parar. Pero lo peor estaba por llegar. Aunque el alud de trabajos se amontonaba en mi mesa, el resto de compañeros ya tenían un pie fuera de la oficina. Y en cinco días se habrían largado.
Mi primer año de trabajo me tomé esta situación con filosofía. Frente el quedarme solo, pensé: “todo irá bien”. Pero me equivoqué.
Quedarse solo en la oficina parece relajante. Hay poca gente y el silencio invade el entorno. Solo se oyen cuatro murmullos, de vez en cuando, en algunos cubículos. Los desayunos se hacen más largos y la gente parece más contenta. Este estado tan pacífico prosigue así, hasta que surge una incidencia.
La tranquilidad se rompe cuando aquella aplicación que ha funcionado durante años, tiene la ocurrencia de saturarse un 10 de agosto.
Primero exclamas un “vaya!”. Decides revisar aquella pequeña piedra en el camino, sin que suponga poner nadie en estado de alarma. Pero la aplicación no te hace ni caso, como si también estuviera de vacaciones. Le das alguna vuelta más para adivinar como volver a poner en marcha aquél programa. Y, al final, te rindes y decides avisar algún compañero. Como sois pocas personas, solo puedes acudir a otros departamentos, que quizás sabrán algo del tema.
Si no queda más remedio, te atreves a buscar a un informático. Aunque tampoco están demasiado por la labor. Normalmente, solo está el equipo de guardia. Y el único experto, que podría resolver todo el embrollo, está de viaje. Como muy cerca, anda por la Patagonia. Por supuesto, con todo bloqueado: correos de trabajo, llamadas… Con un poco de suerte nos responderá un mensaje a su buzón personal, si le da por abrir el teléfono en algún instante de su viaje.
En este momento, cuando te percatas de que este parón va para largo, llega el sudor frío. Puede que el apacible día de verano, se convierta en una terrible jornada de trabajo, y se prolongue hasta el viernes. Cuando llega esta circunstancia, es cuando te lamentas de haberte ido el primero de vacaciones, de toda la oficina.
La bolsa, otro gran polvorín
Si en una oficina los pequeños errores se convierten en una bomba, lo mismo sucede en bolsa. El mes de agosto coincide con la presentación de resultados trimestrales de las smallcaps americanas de la bolsa. Esto se junta con un menor volumen de negociación. Pues la mayoría de traders, y otros grandes compradores, también están de vacaciones.
Por esto, cuando una pequeña cadena de restaurantes informa que sus establecimientos han perdido clientes, el mercado enloquece. Sus acciones pueden registrar caídas de un 20%. Posiblemente porqué los que sí están al pie del cañón, le han dado al botón de vender, todos de golpe. El mercado parece enloquecer.
Lo peor es cuando son noticias frescas, con impacto en el negocio. Como una futura ampliación de capital, la venta de una propiedad, o la salida de un director financiero. No hay suficiente pantalla dónde poner todos los bandazos que realizan las cotizaciones.
Aunque, debo remarcar que muchos de estos cambios son propiciados justamente por la falta de gente. En mi profesión de analista me he dado cuenta que las reestructuraciones, los cambios internos, suceden en verano. Y no por casualidad.
Carbures era una empresa que estaba abocada a tomar malas decisiones. Tuvo que recurrir a una larga lista de ampliaciones de capital, para financiar su afán de crecimiento. Cuando llegaron los malos tiempos, los recursos salieron de entidades de trasfondo sospechoso. Estas operaciones, llamaba la atención de la prensa y gustaba poco a sus inversores.
¿Cuál fue la solución de la compañía? En lugar de buscar otras alternativas, Carbures aprobaba estas decisiones en juntas generales extraordinarias convocadas en agosto. Probablemente un viernes, en un despacho de Madrid. Parecía que todo estaba orquestado para que a ningún accionistas minoritario se le acudiese pasarse por allí. ¿Quién dejaría la familia en el apartamento para bajar a la capital y asistir a una reunión?
Por esta razón, hay que estar un poco atento a lo que sucede en verano. Aunque sea desde una hamaca de un hotel de Punta Cana o desde el sofá de casa. El dinero no se va de vacaciones. En mi caso, lo controlaré desde alguna montaña rusa del Far West.
Feliz jueves y buenas vacaciones!