Piratas! Como Lehman Brothers rompió el código de los bucaneros
Mi breve opinión del sector financiero y su crisis de 2008
El jueves de la semana pasada se celebraron 15 años de la fatídica fallida de Lehman Brothers. Junto con Bear Stearns, la caída de estos dos mastodontes financieros dio paso al prólogo de la mayor crisis financiera de los últimos cincuenta años.
En 2008, frente a tal derrumbamiento, allí estaba yo: sentado en una silla de oficina, frente un ordenador, en un rincón de una planta de oficinas de una gran entidad financiera. Mientras el mundo pasaba una nueva página, estaba apuntando números en un programa de contabilidad. Mientras, a lo lejos, alguien gritaba: “Joder, como cae la bolsa!”.
A continuación explico como viví este hecho histórico y como se comportaron las entidades en estos momentos de pánico. Como unos auténticos piratas!
Piratas! Los bancos y todo lo que se les asemeja
No quiero empezar esta breve aventura sin explicar cuál es mi opinión sobre los bancos: Son una banda de piratas. Todos ellos cuentan con sus propios códigos y da la impresión que tienen libre albedrío, cuando se trata de manejar el dinero de otros.
Desde fuera, un edificio de una entidad financiera parece una fortaleza. Aunque con los años se han modernizado. Imponiéndose los grandes ventanales, en lugar del ladrillo y cemento. Pero se dice que las centrales de los antiguos bancos americanos se construían para infundir confianza, pero también temor.
Estas entidades pueden ser muy depravadas con sus clientes. Pero entre ellas se comportan. Existe un especie de código moral, que convierte los tratos entre el sector lo más cordiales posibles. Se tratan continuamente, se dejan dinero, se absorben y se fusionan.
Y esto requiere comunicaciones continuas entre ellos. Por esta razón, existe una ética entre este tipo de piratas, que desde fuera es difícil de comprender.
No debemos olvidar que detrás hay personas. Y muchas de ellas llevan muuuuchos años en el mundillo. Desde su entrada en el mercado laboral. No conocen nada más que el argot financiero. Mover el dinero de uno o de otro es algo habitual. Y vender algo, que quizás ni ellos entienden, es el pan de cada día. Además, para ello, se cobran bonus extraordinarios por ello.
Cuando entré a trabajar en el sector financiero en 2008, precisamente este código pirata estaba a punto de romperse. Bear Stearns había dejado una gran agujero en el sector, después del famoso credit crunch de primavera. Y, aunque entre bancos se seguían haciendo negocios e incluso se felicitaban las navidades, las aguas de aquél mar empezaban a moverse.
Crisis de confianza
Bear Stearns implosionó en 2008. Lo llamaron credit crunch por su apuesta por el derrumbe de una largo catálogo de productos sintéticos, basados en créditos hipotecarios. A puerta cerrada, el Tesoro hizo los posibles para salvar la histórica entidad. Finalmente, encontraron un mejor postor en JP Morgan, que se quedó todo el negocio.
De aquella manera, se salvaron a clientes y acreedores de la quiebra de la compañía. Después de que esta había infravalorado el riesgo de invertir en el negocio inmobiliario, y ofrecer hipotecas con alta probabilidad de quebrar.
A esta caída le siguieron otras empresas que replicaban el mismo esquema. Hasta que, en septiembre del mismo año, Lehman Brothers anunció su fallida. Ya no se trataba de otro pequeño troll en desaparecer. Sino una gran (y respetable) corporación americana, que de viernes a lunes terminó con su existencia. Aunque ya llevaba tiempo aguantándose con una caña.
Lehman tenía muchos tentáculos. Debía mucho dinero, en forma de obligaciones, bonos y títulos hipotecarios. Y capitalizaba millones de dólares en bolsa.
En este caso el Tesoro de Estados Unidos cambio de estrategia; en lugar de salvarlo como hizo con Bear Stearns, lo dejó caer. Se consideró un “problema no sistémico”, de modo que sus acreedores ya se espabilarían solos con el problema. Esto se soltó como una bomba en Wall Street el lunes 15 de septiembre de 2008.
En el sector, todo el mundo pensó (y algunos exclamaron): “¿Cómo que lo dejan caer? ¿Cómo se atreven?”
Mis compañeros de trabajo estuvieron gritando toda la tarde, a medida que la bolsa se hundía. Si una entidad como Lehman, con cien años de historia a sus espaldas se la dejaba en la estacada, ¿Qué sucedería con otros bancos? Lo inusitado, como permitir el hundimiento de las entidades financieras, ahora era posible!
Mientras todos se rasgaban las vestiduras (en sentido figurado) y el pánico estaba en su momento cumbre. En este momento tan interesante de la película, yo me fui de vacaciones […]
A la vuelta, tras unos días de playa y disfrutar de una buena historia de Stephen King - me merecía de verdad este momento - la situación había cambiado. Lo que se transforma un sector cuando uno está solo cinco días fuera!
Entonces una larga lista de entidades financieras estaban tambaleándose. La mayoría estaban empapadas de productos hipotecarios, o tenían alguna relación con Lehman. Tanto en América del Norte, como en Europa. Matías Prats dejó de recomendar ING porqué se temía por su futuro (El de la entidad, no el del presentador).
Por esto, todos los bancos empezaron a desconfiar. Los unos de los otros. ¿A ver quién sería el siguiente en desaparecer?
En el trabajo, disminuyeron las llamadas a otras entidades financieras. Y, si lo hacíamos, era con mayor cautela. Siempre con la aprobación de algún mandamás. Se revisaron a fondo todos los activos financieros de todas las carteras. Si había alguno que olía a chamusquina, se devolvía al mejor precio posible.
Y, por supuesto, ni hablar de dejar dinero. En la era pre-Lehman, se dejaban depósitos de dinero a mansalva, cada semana. Pero después de la caída del banco, si se prestaba dinero sobrante, debía ser como excepción y con las máximas garantías sobre la mesa.
Parecía que en cuestión de semanas una tempestad había arrasado con los ánimos del sector. Se terminaron los días de juergas y vino. Recuerdo algunas entidades que pidieron ayudas públicas, para gastarlas en banquetes, y después cerraron el chiringuito. Si tenía que ser el fin, sería cantando y bailando.
Si, qué movida. Y sólo fue el prólogo!