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A través de mis newsletters habéis sabido de mis primeras inversiones, así como también de las más pésimas. Pero me dejé en el fondo del armario mi pasión por los “chicharros”. Aquellos bichos raros del pequeño parqué, cuyas pretensiones a veces son enormes. Pero en la mayoría de ocasiones se quedan en poco o en nada.
De todos ellos, el primer chicharro que me llamó la atención se llamaba Avanzit.
Como un primer amor, me dejó un poco tocado. En el primer encuentro, tras buscar un poco a través de Internet, fue un flechazo. Pero una vez la relación se hizo efectiva, tras comprar algunas acciones, se convirtió en pura pesadilla. No solo perdí dinero. La CNMV suspendió su cotización y me quedé un año esperando a ver qué sucedía con esta tecnológica.
¿Por qué pasó todo aquello? ¿Qué lecciones saqué de invertir en “chicharros”? Te lo cuento a continuación en una nueva aventura de pacotilla de un servidor.
El fantástico mundo de los chicharros
Aún era estudiante de económicas cuando me apunté al “Taller de bolsa”, para sacarme algunos créditos. Lo impartía un profesor externo llamado Miguel Ángel López Mendo. Era un seminario intensivo, de cuatro tardes en un semana. Y, a pesar de anunciarse poco, se llenaba fácilmente. A mí me lo habían recomendado, porqué era un show.
Aún no habían terminado de sentarse los más de cien estudiantes, en un auditorio abarrotado, que Miguel Ángel ya estaba con el micrófono en mano, que no soltaría en cuatro horas. Como se dice en catalán, iba “cara barraca”. Sin preámbulos, sin apuntes, sin seguir un dossier convencional. Él empezaba a contarte el funcionamiento práctico de la bolsa:
“Un inversor debe ser:
Investigador. Debe buscar pistas, buscar información, datos.
Pescador. Ser paciente y esperar a la mejor inversión.
Cazador! Debe seguir a la presa y atacar en el momento ideal.
Carroññññero. Tiene que aprovechar toda la carnaza que no quieren los otros inversores.”
Solo le faltaba el pinganillo a lo Lady Gaga para dar el espectáculo. Pero esto era sólo el preámbulo. Después nos explicaría cuáles era las señales para descubrir un mercado bajista o un mercado alcista. Como podíamos encontrar información subliminal, en los periódicos, en las revistas del corazón… Todo ello era práctico, pero también ecléctico, y los números brillaban por su ausencia.
Tras terminar los cuatro días de clase, me quedé con un apartado que nos llamó la atención a todos los estudiantes: el fabuloso mundo de los CHICHARROS.
Déjate de Telefónica, Inditex y Santander, el chicharro era lo más divertido de la bolsa. Según Miguel Ángel, eran todas aquellas acciones pequeñas, que las grandes instituciones no querían en su cartera. Pero que, a veces, tenían algún as escondido bajo la manga y conseguían subir de golpe. Al cotizar a 1, 2, o 3 euros, era fácil que se multiplicasen por varios múltiplos.
A efectos prácticos, a los chicharros ahora lo llaman smallcaps. Pero en un mundo dónde no existía Twitter, ni Facebook, ni tampoco el fenómeno de las startups, las pequeñas cotizadas tenían peor fama. Y su espacio estaba reservado en lugares como foros de inversión. En ellos se hablaba de Natraceutica, Zeltia, Corporación Alba…
Según Miguel Ángel, allí era dónde se hacía el dinero.
Aquél curso me descubrió mi pasión por la bolsa. No se parecía en nada con lo que nos enseñaban los aburridos docentes de universidad; sus fórmulas y textos académicos. Pero también fue la chispa que me perdió por el camino de los chicharros; las acciones baratas y de mala reputación. Aquél lugar dónde ninguna madre quiere que su hijo se aproxime.
Pues allí fui yo.
Avanzit, aquél montón de promesas sin cumplir
Después de trabajar todos los festivos de navidades de camarero en un restaurante de tapas y carnes a la brasa, había conseguido acumular algunos ahorros. Lo suficiente como para atreverme con comprar algo en bolsa. Por supuesto, no buscaría aquél buen negocio que me durara para toda la vida. Sino que mis intenciones escondían el deseo de encontrar lo más parecido a un chicharro como fuese posible.
Para ello, me adentré en los peores rincones de Internet (foros y más foros) a la búsqueda de nombres que me eran totalmente desconocidos. Y, en función del volumen y la calidad de sus comentarios, haría diana.
Debo reconocer que uno de los motivos porqué nos gustó tanto el curso de Miguel Ángel, fue justamente por la ausencia de fórmulas y análisis de datos financieros. Algo que ahora se me haría impensable para invertir en una compañía pequeña y desconocida. Pero, entonces, este plan kamikaze me parecía lo más lógico.
Me pasé muchas horas buscando nombres y finalmente di con una pequeña compañía llamada Avanzit. Era el tipo de negocio que daría la campanada, según el puñado de “expertos” de un foro de inversión.
Parecida a Portugal Telecom, Avanzit también era una tecnológica en apuros, que estaba al borde de una operación de rescate milagrosa. Su cotización rondaba los 2 euros y pico. Pero todo parecía indicar que remontaría y su precio saltaría por los aires. Esto convertiría mis pequeños ahorros en una cifra fantástica en la cuenta corriente.
Como me acostumbra a pasar, fue invertir en la compañía y el precio empezó a desmoronarse. Daba la impresión que alguien había anunciado mi entrada, para que el resto de los inversores se alejaran de aquél pequeño chicharro.
Pasaban los días y yo me pasaba regularmente por el aula de informática, dónde podía conectarme a Internet y revisaba las cotizaciones. Era a principios de los 2000s y, en la era pre-iPhone, era imposible obtener la información de otro modo.
Avanzit subía y bajaba, de un modo más aburrido de lo que había contado Miguel Ángel. Pero su tendencia siempre era a la bajar. Por esto, yo solo quería que llegara a recuperar mi precio de inversión inicial.
En lugar de ello, después de unos meses esperando e impacientarme, la cotización de la compañía se paralizó. La CNMV había ordenado frenar la negociación de sus acciones, teniendo en cuenta su delicada situación; a punto de declararse en concurso de acreedores.
O se aclaraba su futuro o las acciones no cotizaban.
Mira que bien! Los inversores nos tocaríamos los cojones, en lugar de tocar nuestras inversiones. Ya que la CNMV no nos dejaba. Era la primera vez que me topaba con una decisión arbitraria del regulador. Por desgracia no sería la última. Gracias a un grupo de burócratas, mis ahorros de días y días de repartir platos se estancaron.
Pasó un año. Doce meses esperando a alguna novedad, hasta que la CNMV decidió que ya era el momento de levantar la suspensión. La cotización de Avanzit se tomó esta nueva salida con optimismo, y subió estrepitosamente. En cuestión de días llegué a doblar mi inversión inicial y vendí todo lo que tenía. Pensaba que la espera había valido la pena, pero en realidad la cagué.
Resultó que la euforia se había apoderado de Avanzit, y ahora todo el mercado quería entrar en la compañía. Todos aquellos foreros que antes recomendaban, ahora estaban acumulando y contando beneficios. Y también animaron a las acciones. Que no solo se doblaron, de 2 a 4, sino que llegaron a 5, a 6 y a rozar el 7.
Vaya! Y yo viendo aquellas subidas desde la barrera. Lamentándome de mi falta de paciencia.
Este no fue mi fallo principal. El mayor error fue volver a entrar. Cuando las aguas se apaciguaron y el precio volvió a 4. Con mis ansias de ganar más, decidí comprar. Si aquello daba aquellos tumbos, yo quería estar allí de nuevo.
Y, ¿sabes qué? Avanzit nunca más volvió a cotizar a 7, ni a 5, ni a 6. Y perdió el 4 de vista. Fue en este segundo round cuando perdí dinero. Sí la primera vez doblé mi apuesta, estas ganancias se esfumaron. Junto con la mitad de mis ahorros iniciales. El valor no se recuperaría y la CNMV la volvería a suspender, una y otra vez más… Pillando en su camino a más pardillos como yo.
Chicharros, smallcaps… Cuidado con ellos. “Dicen” que allí se hace el dinero.
Feliz jueves!